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La debilidad de la burguesía vasca y su
mansedumbre se evidenciaban ante el crecimiento pujante del proletariado, que
aparecía como una fuerza nueva, como una formidable potencia organizada que
causaba pavor, cuyas luchas hacían retroceder a los capitalistas vascos hasta
el extremo de tener que recurrir para su defensa al aparato represivo de la
nación opresora.
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El capitalismo vasco no pudo integrar a
la clase obrera en su movimiento. Sin aparato político desde donde dirigir la
represión contra las fuerzas sociales que amenazaban su fortaleza económica,
perdió su voluntad de lucha y cedió ante los opresores. Colocado en la
disyuntiva de aliarse con las castas dominantes o ceder una parte de sus
privilegios ante la fuerza arrolladora del proletariado, la burguesía vasca
prefirió renunciar a una parte de sus derechos políticos con tal de
salvaguardar sus intereses económicos. Se cobijó bajo el amparo de la monarquía
borbónica.
Donostia |
EL PROBLEMA DE LAS NACIONALIDADES EN EUZKADI
Jose Luis Arenillas Oxinaga *
Artículo publicado en la revista trotskista “Comunismo”, nº 38,
septiembre de 1934.
E
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spaña conserva, incluso en el seno de las ciudades industriales, vestigios
del servilismo secular, propios de la época del feudalismo. Su economía
presenta lineamientos que por su incoherencia daban un carácter particular a
las últimas décadas del régimen monárquico. Aun cuando el capitalismo acapara
ciertos sectores importantes de la vida «nacional», se muestra insignificante
con relación a la agricultura. Algunos islotes industriales aparecen en el
océano peninsular, donde pulula una población rural movida por el instinto de
la propiedad privada, al lado de la masa amorfa de los trabajadores
industriales, inconscientes en su mayoría y carentes de un sentido político de
clase.
La economía española
se caracteriza porque las mercancías producidas con métodos de producción
anticuados se encuentran sometidas a condiciones de cambio de un máximo
desenvolvimiento. Desde que España entró en contacto con el mercado mundial, su
balance comercial ha sido desfavorable. Nunca ha podido exportar lo suficiente
para cubrir sus necesidades. Teniendo que importar por necesidad artículos
maquinofacturados, ha de pagar por ellos un dinero obtenido de la exportación
de sus mercancías, que, dada la técnica retrasada de su producción, encierran
un número de horas de trabajo muy superior al que encierran los productos
importados. Mientras que en las regiones agrarias, en las que predomina el
sistema de producción precapitalista -Andalucía, ambas Castillas, Galicia,
Navarra, Extremadura-, se necesitan muchas jornadas de trabajo para producir
una fanega de trigo, en los Estados Unidos no pasa de una o dos jornadas. Así
resulta que el capitalismo extranjero que exporta a España sus productos se
apropia gratuitamente unas cuantas horas de trabajo vendiendo en el mercado
español a un precio inferior al costo de la producción indígena. El consumidor
español paga por los artículos importados, obtenidos a bajo precio, con métodos
de producción modernos, un dinero que cobra por mercancías obtenidas a precios
elevadísimos, con métodos arcaicos de producción. De donde resulta siempre
déficit en el balance comercial español que alcanza actualmente una cifra
considerable.
La incongruencia entre
la agricultura y la industria imprime su sello a la situación especial que
atraviesa la sociedad española durante todo este periodo. La tierra imponía su
voluntad en todo momento, Y la industria caminaba siempre a su retaguardia,
arrastrando una vida lánguida en comparación con la industria europea. La
elevación de las tarifas aduaneras; las medidas de prohibición; las primas; el
proteccionismo indirecto,
administrativo; la inspección de las operaciones de
cambio; las subvenciones, etc., ha sido moneda corriente en todos los gobiernos
españoles con el fin de atender a la debilidad de su economía. Y es que el
Estado monárquico adolecía «no sólo de los vicios que lleva consigo el
desarrollo del capitalismo, sino también de las taras que supone su falta de
desarrollo. Junto a las miserias modernas, le agobian una serie de miserias
heredadas, fruto de las supervivencias de regímenes de producción antiquísimos
y ya caducos, con todo su séquito de condiciones políticas y sociales
anacrónicas. No sólo le atormentan los vivos, le atormentan también los
muertos» (Marx).
Karl Marx |
Los acontecimientos de
estos últimos años han sido engendrados por el antagonismo económico entre la
industria y la agricultura, cuya síntesis se hubiera logrado destruyendo las
relaciones feudales de propiedad en el campo y adaptando la economía agrícola
al sistema de producción capitalista. Así se explica que los grandes
terratenientes, con el apoyo consecuente de los usureros, de los comerciantes,
de la Iglesia y el clero, de los señoritos y de las castas militares, fueran
durante tan largo período los dueños del Estado y tuvieran bajo su férula a las
clases progresivas del país y a los pueblos industriales.
La posibilidad de
saquear y oprimir a otros pueblos ha sido la causa del estancamiento económico
de España. Las formidables riquezas coloniales que España poseía dificultaron
su desarrollo capitalista, pues no hicieron sino consolidar el régimen feudal,
alimentando las necesidades de la monarquía y de la Iglesia, a las castas
militares y a toda la burocracia feudal del Estado que mantenía contacto con
las colonias. En lugar de sacar sus ingresos del desarrollo de las fuerzas
productivas del país, las castas dominantes españolas dieron preferencia a la
explotación semifeudal de sus colonias, y, perdidas éstas, a la explotación de
las nacionalidades oprimidas, encerrándose en un círculo vicioso en que fueron
cayendo poco a poco todos los gobernantes españoles, quienes, apretando las
cadenas que sujetaban a los pueblos económicamente más adelantados, crearon una
unidad nacional ficticia, arbitraria y despótica, mantenida a través de una
desigualdad, caracterizada por una opresión nacional enmascarada de un cierto
autonomismo.
Para enjugar el
déficit crónico de su Hacienda; para sostener la hipertrofia burocrática y las
castas parasitarias, el Estado español ha tenido que extraer una parte de su
deuda, primero de las colonias y después de los pueblos oprimidos, habiéndolo
conseguido mediante impuestos en Cataluña (ella sola pagaba un 30 por 100 de
los impuestos que cobraba el Estado unitario español), y en Euzkadi, por medio
de los conciertos económicos, régimen de tributación que supone para los
contribuyentes vascos un tercio más de lo que pagan los contribuyentes
españoles, siendo la aportación fiscal de cada uno de sus habitantes de 61
pesetas, mientras que los españoles pagan solamente 44 pesetas. Estas
inyecciones económicas permitieron reforzar el aparato político, burocrático y
militar de la monarquía absoluta, en detrimento de la evolución económica y
política de los pueblos más adelantados, que se sienten humillados en su
personalidad y quieren rescatar su libertad de movimientos. Lo que caracteriza
en la época moderna a la opresión de un pueblo por otro es la subordinación del
desarrollo económico de este pueblo a los intereses políticos y económicos del
otro país. El predominio de las cifras de exportación de los productos
agrícolas españoles determina un aumento en la importación de productos
maquinofacturados, con evidente perjuicio de la industria peninsular y, muy en
particular, de la industria de Cataluña y Euskadi, que hubieran podido desenvolverse
mejor de no estar sometidas a las disposiciones del gobierno central, que
imponen el consumo de materias rimas «nacionales», cuyo coste de producción es
elevadísimo. El nacionalismo representa la lucha de los pueblos económicamente
más adelantados contra el centralismo absorbente y castrador de la España
semifeudal. La lucha por la creación de una economía nacional independiente
remite necesariamente el aspecto de una lucha por la independencia nacional.
Bajo este aspecto, el nacionalismo vasco y catalán presenta un carácter
progresivo.
En el año 1824 el
feudalismo español capitulaba ante una fuerza nueva que por no haber podido
desarrollarse en España hubo de emigrar a tierras desconocidas. Los países
sudamericanos y centroamericanos conquistaban sus libertades políticas,
sacudiéndose revolucionariamente las cadenas que les sujetaban al yugo del
imperialismo español. Únicamente las Antillas y Filipinas permanecieron
sometidas al despotismo asiático de los Borbones, constituyendo el último
reducto colonial de la monarquía absoluta. A partir de esta fecha, la opresión
política se polarizó intensamente hacia los pueblos peninsulares, donde se
daban las mejores condiciones para la penetración y el desarrollo del
capitalismo. Esta opresión cristalizó en Euzkadi en la ley del 25 de octubre de
1839; se consagró por el real decreto del 29 de octubre de 1841 y culminó en la
ley del 21 de julio de 1876.
La entrada en vigor de
estas leyes implicaba el encadenamiento de una economía que entrañaba un
espléndido porvenir. Sus resultados prácticos fueron el establecimiento de
comisiones económicas encargadas de la recaudación, distribución e inversión de
los fondos públicos en tanto no se nombraran las diputaciones provinciales; la
pérdida de la libertad comercial, puesto que las aduanas eran llevadas a las
costas y el Bidasoa, y, finalmente, la violación de la exención de tributos.
Los habitantes del país vasco quedaron obligados a pagar contribuciones, rentas
e impuestos ordinarios y extraordinarios en la proporción que les correspondía
con destino a los gastos públicos del Estado unitario español y, además, se les
impuso el tributo de sangre. Las iniciativas y los intereses económicos de
Euskadi eran supeditados a los intereses económicos y políticos de las castas
dominantes de la nación opresora. Euzkadi perdía sus fueros y la posibilidad de
formar un Estado propio e independiente.
Con la promulgación y
el acatamiento de las mencionadas leyes se le arrebataba a Euzkadi su
personalidad nacional. La supresión de las libertades tradicionales en el país
vasco; el desplazamiento de su lengua, usos y costumbres; el quebrantamiento de
su cultura y la anulación del derecho a elegir sus representantes en las juntas
generales y particulares y en las diputaciones generales, fueron el corolario
obligado a la destrucción sistemática del esqueleto económico que les servía de
sostén. Las leyes forales fueron desapareciendo a medida que la opresión se
ejercitaba con más saña y encono, sin que por parte de Euzkadi se opusiera el dique
que cerrara el paso a la avalancha del feudalismo castellano que amenazaba con
asfixiarle económica y políticamente. La conciencia nacional estaba aletargada.
Las fuerzas sociales capaces de ofrecer resistencia emigraban a América, donde
se daban mejores condiciones para el desarrollo de sus actividades. La
conciencia de clase de la burguesía vasca no podía revelarse en tanto no
hubiera una base material que les ligara al país y entre sí mismos. En el
ínterin, los elementos más vitales estaban desperdigados, sin posible cohesión
ni organización alguna.
La acumulación
originaria se verificó en el país vasco gracias al comercio que se hacía con
algunos puertos españoles y europeos; pero especialmente merced al comercio que
se hacía con las colonias que España poseía en América, comercio este último
que adoptó, como en todas partes, la forma de un verdadero despojo. Los
habitantes de las colonias nunca recibían valores iguales a cambio de lo que se
les arrebataba. Todo dependía de la correlación de fuerzas, y como la
superioridad estaba de parte del capital mercantil, la línea divisoria entre el
comercio y el despojo era imperceptible. Las riquezas arrebatadas a las
colonias eran remitidas a la metrópoli, en donde se forjaban las condiciones
necesarias para el desarrollo del capital industrial.
Mientras que el
incremento del capital comercial se traducía en España por el fortalecimiento
del feudalismo agonizante, el capital comercial vasco -espoleado por la
afluencia de nuevos capitales, muchos de ellos procedentes de los vascos que
emigraron a América, por el constante acicate de la concurrencia extranjera, la
apertura de nuevos mercados, el descubrimiento de nuevos yacimientos de mineral
de hierro y las condiciones propias de su litoral- surgía como una fuerza
perfectamente articulada con su base de producción, dando lugar a nuevas
relaciones sociales que permitían la creación de un nuevo régimen. El estrecho
contacto establecido entre la producción interior y el comercio exterior le
valió a Euzkadi su potente predominio en la península y determinó la rápida
transfusión del capital comercial a la industria.
El desarrollo
alcanzado por la industria siderúrgica y por los medios de comunicación y
transporte en Inglaterra a lo largo del siglo XIX motivaron una demanda cada
día mayor de mineral de hierro, para atender a la cual hubo de intensificarse
su explotación en el país vasco. Este hecho no hubiera sido posible sin la
existencia de capitales suficientemente dotados, así como de obreros libres de
toda dependencia personal, en posesión de la facultad de vender su fuerza de
trabajo, y que, al mismo tiempo, tuvieran necesidad de recurrir a ello para
subsistir. Los campesinos castellanos, andaluces y extremeños, despojados de
sus tierras por los latifundistas y los usureros, y más adelante los artesanos,
los obreros de manufacturas y los aldeanos vascos proletarizados, desempeñaron
este papel, haciendo acto de presencia cuando concurrieron las circunstancias
favorables al desarrollo del capitalismo en Euzkadi.
El desarrollo de la
conciencia de clase de la burguesía vasca siguió una dirección paralela al
desarrollo del capitalismo en Euzkadi. La sustitución de la producción artesana
y de la manufacturera por la gran industria impulsó extraordinariamente el
desenvolvimiento de la burguesía vasca. Bajo el imperio de la libertad
capitalista, «donde los miembros de la sociedad son iguales en la medida que lo
sean sus capitales, y hace de este capital la potencia decisiva» (Engels), la
burguesía vasca se situó en primer plano de la sociedad por su potencialidad
económica, postergando y destruyendo la importancia social de los restos
feudales que quedaban.
El deseo de
independencia de los vascos frente a los poderes centrales no se había
manifestado todavía en el terreno político, sino solamente en el económico. En
el pueblo vasco predominaba el fuerismo como teoría política, que defendía la
exención de tributos y de quintas, a la vez que mendigaba de los españoles
respeto y cariño hacia los vascos y sus venerandas instituciones. Los
defensores de los fueros protestaban contra la ley del 76, que se refería al
servicio militar, promulgada por Cánovas del Castillo con el fin de robustecer
la unidad nacional. En cambio,hacían caso omiso de la del 39, única que
destruyó la libertad de Euskadi al anular, entre otras, la libertad comercial;
Las revueltas que hubieron de reprimir los agentes del rey en el país vasco
fueron siempre motivadas por reivindicaciones en materia de impuestos o de
levas de soldados. Hasta que Arana Goiri, carlista en su juventud, no declaró
que «Euskadi es la patria de los vascos» (1882-1892), el nacionalismo vasco no
entra en una nueva fase. Desde esta fecha, el capitalismo industrial concentra
sus energías en la conquista del aparato político para ponerlo al servicio del
desarrollo industrial y mercantil del país vasco, encontrando a su paso, como
un obstáculo serio, el régimen político semifeudal que imperaba en España.
En la última década
del siglo pasado, la burguesía vasca, ligada por sus intereses materiales, fue
acuciada por la necesidad de organizarse. Su conciencia nacional despertaba
pujante como resultado reflejo de la pugna sostenida entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el régimen
político centralizador, que dificultaba su pleno desenvolvimiento. Una parte de
ella, la burguesía comercial, desplazada de su hegemonía por la preponderancia
que iba adquiriendo el capital industrial y el capital financiero, se destacó
como un sector de clase sujeto al régimen feudal y a la monarquía absoluta. En
cambio, la otra fracción, la burguesía industrial, se organizaba como fuerza
social independiente, a fin de derribar al régimen feudal que le agobiaba e
instaurar sobre sus ruinas el nuevo Estado vasco. El capital comercial,
caminando del brazo de los terratenientes, se aliaba a los latifundistas y a la
incipiente y cobarde burguesía española, perfilándose con carácter monárquico y
tradicionalista (carlista) y, naturalmente, hostil a todas las reivindicaciones
de índole nacionalista. Por el contrario, el capital industrial no se contentó
con el papel de comparsa que se le asignaba. Arrastrando a la pequeña burguesía
democrática, y más tarde a la clase obrera vasca, abrazó cada vez con más
ímpetu la lucha por el poder político, con objeto de crear un nuevo régimen, un
nuevo poder, sobre el cual se levantarían las construcciones jurídicas,
económicas y políticas del Estado vasco. Así surgió el partido de la burguesía
industrial, consciente de sus intereses históricos, llamado primeramente
Comunión Nacionalista y, posteriormente, Partido Nacionalista Vasco. Su
fundador fue Sabino de Arana Goiri, criatura de los jesuitas (en quienes
primero se reflejó la realidad exterior del país vasco), que se propuso lograr
la unión de todos los compatriotas ligados por los intereses materiales bajo el
lema «Jaungoikoa eta Lagi-Zarra» (Dios y leyes antiguas), con el fin de
conquistar la independencia de Euskadi.
Bilbo, 1906. Meatzarien barrikada. |
A partir de 1878,
fecha en que se pactó el primer concierto económico, el pueblo vasco era
sometido a los designios de una internacional que representaban en el dominio
de las ideas a una categoría histórica que tuvo su máxima expresión en la Edad
Media y que, por consiguiente, era el elemento de enlace entre el régimen que
pugnaba por salir a la superficie y redimirse del sojuzgamiento del poder
público semifeudal, y el estado de cosas viejo que era una rémora, un peso
muerto que detenía al capitalismo en su desarrollo. En este sentido, el
catolicismo de que se investía la burguesía vasca ha constituido el mayor obstáculo
para lograr su autodeterminación como categoría histórica moderna. Si se
hubiera desprendido con el carlismo de su corteza religiosa, la burguesía vasca
hubiera triunfado ampliamente del régimen feudal. En nombre de la razón, de la
igualdad de los hombres ante la ley, de la libertad de conciencia, etc., la
burguesía se levantó en todos los países, arrastrando consigo a las capas
medias y populares, igualmente sometidas a los restos feudales, contra el
absolutismo y las monarquías, con el fin de instaurar sobre sus ruinas un
régimen de derecho y conquistar la soberanía del Estado.
El carácter religioso
del movimiento nacionalista ha restado poder al pueblo vasco en su lucha por la
autodeterminación. Al grado de evolución de sus fuerzas productivas correspondía
el liberalismo en el dominio filosófico y político, ideología que es un reflejo
en la conciencia de la libertad comercial, que es la libertad del capital.
El desigual
desenvolvimiento industrial de las diversas regiones peninsulares motivaba la
división política del Estado unitario español. Para que cristalizara esta
desigualdad en su proceso natural era preciso que una solidaridad de intereses
materiales hiciera presión sobre los restos feudales. Esta presión sólo podía
partir de las regiones económicamente más adelantadas, donde merced a la
influencia de la Revolución Francesa y al grado alcanzado por sus medios
productivos, eran mejor comprendidas las necesidades políticas de la época del
capitalismo. Euskadi y su burguesía debieran de haber sido el ejemplo de la
burguesía peninsular en su lucha contra los restos feudales y la monarquía
absoluta, en virtud de la concentración de sus fuerzas económicas. Pero el
nacionalismo vasco no podía rescatar la soberanía de Euzkadi, porque no se
adaptaba su contenido ideológico a las relaciones sociales, porque no
correspondía la superestructura a la estructura, porque toda idea que no ha
sido dictada por la realidad de las cosas no puede prosperar. El catolicismo ha
perjudicado enormemente al movimiento nacionalista hasta el extremo de impedir
que éste diera sus frutos naturales.
La expresión política
de la sociedad basada en las clases es el Estado. Lo que tenía que aniquilar:
el capitalismo vasco en su culminación era el Estado feudal, o sea el Instrumento
de las castas dominantes, que estorbaban su pleno desenvolvimiento. Las fuerzas
sociales del país vasco interesadas en el movimiento nacionalista teman que
arrojar a una clase del dominio del Estado para colocar a otra. En una palabra:
tenían que apoderarse de lo que había de ser el instrumento de dominación de la
clase capitalista y crear sus propias instituciones, a fin de prolongar su
existencia y asegurar el funcionamiento de su administración, de su ejército,
de su policía, de su parlamento, etc., etc. Pero antes de instaurar el Estado
burgués era preciso derrocar al otro y no conformarse con el mantenimiento del
aparato semifeudal ni transigir con sus instituciones, ligando su suerte a los
restos feudales que le oprimían. La burguesía vasca y sus seguidores
equivocados han incurrido en una grave responsabilidad histórica por su
mansedumbre ante los poderes públicos españoles.
Por estas causas, el
capitalismo vasco no pudo integrar a la clase obrera en su movimiento. Sin
aparato político desde donde dirigir la represión contra las fuerzas sociales
que amenazaban su fortaleza económica, perdió su voluntad de lucha y cedió ante
los opresores. Colocado en la disyuntiva de aliarse con las castas dominantes o
ceder una parte de sus privilegios ante la fuerza arrolladora del proletariado,
la burguesía vasca prefirió renunciar a una parte de sus derechos políticos con
tal de salvaguardar sus intereses económicos. Se cobijó bajo el amparo de la
monarquía borbónica, traicionando sus fines y vendiendo el porvenir del pueblo
vasco por un plato de lentejas.
Aun cuando el triunfo
de la clase burguesa estaba maduro por la evolución alcanzada por las fuerzas
productivas del país vasco, el capitalismo renunció a su acción, ya que el
deseo de la victoria faltaba, porque la burguesía seguía enriqueciéndose a
pesar de todo. «La burguesía engendra al proletariado en la medida en que
desarrolla su industria, su comercio y sus medios de comunicación. Al
apercibirse que su compañero de ruta le sobrepasa a marchas forzadas, pierde la
facultad de mantener exclusivamente su dominación política y busca aliados con
los cuales compartir el poder o a los cuales se lo cede completamente, según
las circunstancias» (Engels). Cuando los progresos del capitalismo vasco iban
forjando la necesidad de crear un Estado propio, la burguesía vasca, preocupada
en resistir al proletariado y en dominar sus rebeliones, incrementó el poder de
las autoridades centrales con el propósito de abatir el poder creciente de la
clase obrera. El proletariado suponía una amenaza a su seguridad social y era
un atentado a la tranquilidad necesaria para desenvolverse libremente, y la
burguesía vasca consentía en mermar su potencialidad política con tal de
conservar su predominio económico.
Boltxebikeak, nazio zapalduen askatzaileak |
Antes de consumarse la
evolución económica de Euskadi, la burguesía vasca pactaba compromisos con los
restos feudales, porque estaba apadrinada por una organización de tipo feudal
(los jesuitas) que se adueñó de todas las fuentes de producción del país vasco
y que, en algunos momentos, daba participación en sus negocios a los
representantes de las castas dominantes. Efectivamente, la monarquía
garantizaba al capitalismo vasco su propiedad aunque resultara mermada su
libertad. La debilidad de la burguesía vasca y su mansedumbre se evidenciaban
ante el crecimiento pujante del proletariado, que aparecía como una fuerza
nueva, como una formidable potencia organizada que causaba pavor, cuyas luchas
hacían retroceder a los capitalistas vascos hasta el extremo de tener que
recurrir para su defensa al aparato represivo de la nación opresora.
El concierto
económico, cuya renovación era cada vez más onerosa para los contribuyentes
vascos, obedecía a una concesión mutua que se hacían las dos fuerzas sociales
en presencia. El temor que infundía el pueblo vasco a los gobiernos centrales
les obligó a reconocer el derecho que asistía a la burguesía vasca (que
representaba los intereses del pueblo vasco en aquella época) en su lucha por
conseguir la soberanía de su país. La autonomía administrativa era una
concesión hecha por los restos feudales a costa de una porción de sus
privilegios de casta, al mismo tiempo que la burguesía vasca claudicaba
políticamente ante ellos, con el propósito de servirse de la monarquía como de
un instrumento para sus fines, cargando el peso de su cobardía sobre los
hombros de las masas trabajadoras y traicionando los intereses de la pequeña
burguesía de la ciudad y del campo.
Dialécticamente
considerado, el concierto económico representa el reconocimiento de las aspiraciones
de Euzkadi a su soberanía, y, a la vez, es la primera traición del nacionalismo
clásico a los intereses históricos del país vasco como particularidad nacional.
Al pactar este compromiso, la burguesía vasca cavaba su propia fosa. El
nacionalismo burgués, producto del cálculo, dejaba de existir como fuerza
social capaz de lograr la liberación de Euskadi, y sólo esperaba la presencia
de las fuerzas que habían de darle tierra para edificar sobre sus restos
mortales el nuevo movimiento emancipador, la vía por la cual se llega a la
liberación de los pueblos oprimidos y a la emancipación del trabajo y de los
trabajadores.
Bilbao, septiembre de 1934
Notas
(1) El autor utiliza
indistintamente Euzkadi y Euskadi en el artículo.
Edición digital de la Fundación Andreu Nin, septiembre 2002
Edición digital de la Fundación Andreu Nin, septiembre 2002
* ARENILLAS, JOSE LUIS (1904 -1938).— Médico de una cofradía de pescadores de
Bilbao. Miembro de la Izquierda Comunista desde 1932. Colaboró, además de en
“Comunismo”, en “La Batalla”, y escribió varios trabajos sobre la cuestión
nacional vasca. Organizó la primera columna de milicianos de Bilbao al estallar
la guerra civil. Jefe de sanidad del ejército de Euskadi, luego del ejército
del Norte. Encabeza la última resistencia armada en Santander. Cae prisionero
en agosto de 1937, en Santoña, y es ejecutado a garrote en Bilbao en marzo de
1938.
[Según Ed. Fontamara, 1978]. J.L. Arenillas abandonó el trotskismo para
ingresar en el centrista POUM. Su hermano fue asesinado por elementos de la
burocracia staliniana.