El bruxo del Vaticano, el Borbón junior y la Ortiz. |
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o confesamos
humildemente: nosotros no admitimos la moral absoluta del clericalismo de las
iglesias, de las universidades, del Vaticano, de la Cruz o del peregrino. El
imperativo categórico de Kant, la idea filosófica abstracta de un Cristo
inmaterial desembarazado de todos los atributos que le han conferido el arte y
el mito religioso nos es tan extraño como la moral eterna descubierta sobre el
Sinaí por ese parangón de astucia y de crueldad que fue el viejo Moisés. La
moral es función de la sociedad misma; es la expresión abstracta de los
intereses de las clases de la sociedad, sobre todo de las clases dominantes. La
moral oficial es la cuerda con la que sujetan a los oprimidos. En el curso de
la lucha, la clase obrera elabora su moral revolucionaria, cuyo primer paso es
el derrocamiento de Dios y de las normas absolutas. Por honestidad, entendemos
la concordancia entre la palabra y la acción ante la clase obrera, teniendo en
cuenta el objetivo supremo del movimiento y de la lucha: la emancipación de la humanidad
por la revolución social. Nosotros no decimos, por ejemplo, que no es necesario
emplear la astucia, que no se debe engañar, que se debe amar a nuestros
enemigos, etc. Una moral tan elevada no es, evidentemente, accesible más que a
los hombres de Estado profundamente creyentes, tales como Curzón, lord
Northcliffe o M. Henderson. Nosotros odiamos a nuestros enemigos o los
despreciamos, según lo que ellos se merezcan; nosotros los golpeamos o los
engañamos, según las circunstancias, y, si llegamos a un acuerdo con ellos, no
se puede sacar la conclusión, de que en un arrebato de amor magnánimo estamos
dispuestos a perdonarles todo.
Mas nosotros estimamos que no se debe
mentir a las masas y engañarlas sobre los fines y los métodos de la lucha. La
revolución social está basada toda ella en el desarrollo de la conciencia del
proletariado mismo, en su fe en sus propias fuerzas y en el partido que lo
dirige. A la cabeza de las masas y con las masas nuestro partido ha cometido
faltas. Estas faltas las hemos reconocido abiertamente delante de las masas y,
con ellas, les hemos asestado el golpe necesario. Lo que los tartufos de la
legalidad llaman nuestra demagogia no es más que la pura verdad proclamada
abiertamente, brutalmente y muy inquietante para ellos. He ahí, Mrs. Snowden,
lo que nosotros entendemos por honestidad.