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El jesuitismo era el catolicismo reformado sobre los cimientos
capitalistas. En los países económicamente más desarrollados, como España y
Francia, las necesidades del modo de producción capitalista establecieron
grandes monarquías, para las cuales nada había más cerca que liberarse de la
explotación romana, pero no había tampoco nada más lejos que romper con Roma.
JESUITISMO, CALVINISMO, LUTERANISMO
por Franz Mehring, militante marxista
El materialismo histórico no niega de ninguna
manera, como ignorantes o mal intencionados individuos le suelen acusar, que
las convicciones religiosas han jugado un gran papel en la historia. Por el
contrario reconoce plenamente esta pluma caudal del desarrollo histórico. Sólo
afirma que la religión, tanto como cualquier otra ideología, es la base más
exterior de este desarrollo, cuyo fundamento sólo puede buscarse en la región
de la economía.
[...]
Las tres grandes corrientes religiosas
durante la primera mitad del siglo XVII fueron el jesuitismo, el calvinismo y
el luteranismo. Las tres eran iglesias nuevas, que se separaban de la vieja
iglesia, así como el modo de producción capitalista se separaba del feudal. Las
tres surgieron de una tierra común. El calvinismo y el luteranismo se separan
ideológicamente sólo por diferencias dogmáticas del grosor de un cabello: si el
pan y el vino en la eucaristía significa o es la carne y la sangre de Jesús, y
otras semejantes. Loiola llegó a fundar la orden de Jesús atravesando intensas
luchas espirituales, que se parecen a las de Lutero como un huevo se parece a
otro. Ambos reaccionaron contra la vida muelle de las órdenes monacales, ambos
exageraron los ejercicios religiosos. Lo que hay de obediencia ciega en los
jesuitas, lo encontramos en el mismo grado o peor entre los fundadores de la
iglesia luterana. Asimismo Loiola exigía “la libertad de la persona
cristiana” con tanta firmeza o incluso más que Lutero, ya que con su
estricta disciplina la compañía de Jesús favorecía y elogiaba la autonomía
individual de sus miembros. Que por diferencias entre esas religiones se haya
llevado a cabo una guerra de treinta años, se haya aplastado a países
florecientes y se haya masacrado a millones y millones de personas, parece, de
hecho que sólo pudo ser posible en un manicomio. Pero detrás de esas
diferencias estaban las contradicciones económicas de la Europa de entonces.
El jesuitismo era el catolicismo reformado
sobre los cimientos capitalistas. En los países económicamente más
desarrollados, como España y Francia, las necesidades del modo de producción
capitalista establecieron grandes monarquías, para las cuales nada había más
cerca que liberarse de la explotación romana, pero no había tampoco nada más
lejos que romper con Roma. Después que los reyes españoles y franceses se
liberaron de Roma, de modo que los Papas no pudieran, sin su autorización,
recoger un solo chelín de sus países, se mantuvieron fieles hijos de la Iglesia
porque, así, podían aprovechar el poder eclesiástico sobre sus propios
súbditos. De ahí la interminable guerra de los reyes franceses y españoles
sobre la tenencia de Italia. Pero si la iglesia romana podía
permanecer competente
en el dominio secular, debía transformarse de feudal en capitalista y esto se
le delegó a la Compañía de Jesús. El jesuitismo adaptó la Iglesia Católica a
las nuevas relaciones económicas y políticas. Reorganizó todo el sistema
escolar a través de los estudios clásicos –la más alta educación de aquel
tiempo-. Se convirtió en la principal compañía comercial del mundo y tenía sus
oficinas a lo largo de toda la tierra que era descubierta. Se procuraron
consejeros de los príncipes, a los que dominaban sirviéndolos. El jesuitismo,
en una palabra, se convirtió en la principal fuerza impulsora de la iglesia
romana, mientras el papado se reducía a un principado italiano –una pelota para
que jueguen las potencias seculares- al que éstas buscaban usarlo todo lo
posible para sus propios objetivos seculares, desde sus contradictorios
intereses.
Joana III.a Nafarroakoa, kalbinista |
Loiola y sus primeros compañeros venían de
España. Durante un largo tiempo Europa conoció a los jesuitas como los padres
españoles. Y esto es fácil de entender. España era durante el siglo XVI la
principal potencia mundial. El rey español Carlos V portaba incluso la corona
imperial, tenía influencia en Italia, tenía a su disposición los tesoros tanto
de la Lejana como de la Cercana India. No tuvo éxito en lograr que la corona
alemana fuese heredada por su hijo. Sin embargo, éste, Felipe II, continuó
siendo el monarca más poderoso de su tiempo e, incluso en Alemania, mantuvo los
ricos Países Bajos y el condado libre de Borgoña, actualmente Franche-Comté.
Como principal potencia mundial, España debía
ser la monarquía más absoluta, y se convirtió en la más absoluta monarquía a
través del poder de la iglesia. Especialmente la inquisición era, bajo formas
religiosas, un arma espantosa al servicio del poder real. Pero esto, que permitió
a la monarquía española crecer tan rápidamente por sobre su competidor francés,
destruyó al mismo tiempo las propias fuentes de su poderío. El absolutismo
satisfacía sólo ocasionalmente, nunca permanentemente, los intereses del modo
de producción capitalista. Para las ciudades ricas, el absolutismo no era un
objetivo sino un medio y tan pronto como al absolutismo se le ocurría ponerse
como un objetivo, las ciudades le recordaban enfáticamente que se mantenía por
la gracia de éstas. En esta lucha, la ganancia del absolutismo podía ser más
fatal que la pérdida. Bajo Felipe II el poder mundial español comenzó a sangrar
por medio de la rebelión de las ciudades de los Países Bajos, pero, cincuenta
años antes, la victoria que Carlos había logrado sobre los comuneros españoles
en Villalar[7] y la destrucción de las ciudades españolas, donde la inquisición
completó esta victoria, crearon las condiciones para que, en términos
generales, España quedara fuera del ámbito de las grandes potencias europeas.
Las banderas religiosas, bajo las cuales las
ciudades flamencas se levantaron contra el absolutismo español era el
calvinismo. También lo eran las banderas religiosas de las ciudades francesas
contra el absolutismo francés. Como hijos de la rica ciudad comercial de
Ginebra su concepción eclesiástica correspondía con el interés de los más
avanzados burgueses de la ciudad. En oposición a la capitalista Compañía de
Jesús absolutista, esta religión puede ser llamada la religión capitalista
burguesa. Esto de ninguna manera contradice que partes de la aristocracia en
Francia y en los Países Bajos se reconociesen calvinistas. Tenían, más o menos,
los mismos intereses que las ciudades rebeldes y luchaban, por lo tanto, bajo
la misma bandera. Pero en todas partes, donde el calvinismo logró un poder
decisivo y fanático, sus raíces están en las ciudades y tienen detrás los
intereses burgueses. Cuando Richelieu, seis años después del inicio de la
Guerra de los Treinta Años, consiguió el timón del estado (1624) venció
fácilmente a los elementos hugonotes aristocráticos, pero frente a los
habitantes de las ciudades debió llevar a cabo una guerra con mano de hierro,
hasta que
en 1628, después de catorce meses de sitio conquistó su plaza
principal, La Rochelle. Pese a que era cardenal de la iglesia romana, Richelieu
estaba en un nivel incomparablemente superior, en cuanto al desarrollo
histórico, al del rey español Carlos V cien años antes. Richelieu no demolió
las ciudades francesas después de vencerlas, sino que las puso en una actitud
conciliadora, al recibir y reconocer las exigencias políticas que, de acuerdo a
las relaciones económicas de poder, ellas presentaban. Es ésta la causa más
profunda de por qué Francia rápidamente obtuvo la hegemonía europea por encima
de su competidor español. [...]
Eneko Loiolakoa, Jesusen Lagundiaren sortzailea |
—Franz MEHRING: Gustavo Adolfo II. de Suecia (1908)